Por razones ampliamente conocidas, la palabra juego trae asociada la condición de puerilidad: “mi amor, ¡No estamos jugando!”, es una frase que me ha tocado escuchar en muchas ocasiones. Siendo así, ¿cuál es la profesión de Ronaldinho? La revista France Futbol, acaba de nombrarlo mejor jugador de Europa. Me queda de consuelo, una frase de Carlos Monsiváis: “O no entiendo lo que está pasando, o ya pasó lo que estaba entendiendo”
El brasileño (Por cuyas venas corre sangre tipo OR-Fútbol Positivo) se convierte en la excepción que confirma las reglas de nuestra época; ahí donde la FIFA castiga la expresión de júbilo que la sensación del gol trae aparejada, en un fútbol cada vez menos un deporte, y cada vez mas un negocio (Pensemos en el otrora campeonísimo Guadalajara ®, y en escala superlativa, el Real Madrid), aparece el crack amazónico, quien a base de velocidad y un excelso control de la pelota, dribla en cada partido los férreos marcadores de la meta del Fútbol actual: la Seriedad, la Disciplina, la Rigidez Táctica. Guardando la proporción, sólo recuerdo otro jugador que se divertía jugando al fútbol: Jorge Campos.
La gripe, los bostezos y la sonrisa, comparten una cualidad: ambos tres son contagiosos. El juego de Ronaldinho, contagia en primera instancia a la pelota, feliz de salir de sus zapatos. Después, a la tribuna (Muestra de ello, la inolvidable ovación de pie que acarreó en el Bernabeu, luego de su segundo gol). Su pie ignora las reglas básicas de la geometría. Sabemos que la distancia mas corta entre dos puntos, es la línea recta. No para el balón de oro 2005. Cada pase que emerge de sus botines, es un viaje por el espacio de Riemman, una ruta colmada de parábolas, de lugares otrora monopolizados por el viento. Cuando corre, el amazónico no trae la pelota cosida a las botas: juega al yoyo con ella.
Suena a paradoja: Ronaldinho toma el juego muy en serio. Antes de la ejecución de una falta, realiza un ritual tantas veces visto y explicado en entrañables películas de jugadores que aman su juego (Béisbol, “For love of the Game”; Golf, “The legende of Bagger Vance”): los espectadores, sus compañeros, el mundo se desvanece. En ese momento, sólo importan el mismo, la pelota, y el arco rival. Mira la puerta contraria y realiza cálculos que desquiciarían la mejor computadora programada con los últimos avances en el campo de la IA: velocidad del viento, peso exacto del esférico, distancia y altura de la barrera, ubicación actual y posible del guardameta, condiciones del ambiente, autoconfianza del arquero, etc. para imprimirle a la pelota la rotación, velocidad y fuerza que el, y solo él, puede infringirle. La pelota describe un arco hacia a la red. Gol. Es entonces cuando un volcán estalla dentro del jugador, quien alocádamente corre, ríe, y sonríe (Su gol ante el Milan, luego de una jugada rapidísima, o aquel que le anota al Chelsea para la espectacular remontada). Al final, levanta sus ojos al cielo, para dedicarle el gol a su padre.
Agradezco a Ronaldinho, que me regrese la fe en el fútbol profesional. El juego del brasileño nos remite a la infancia, donde jugar y no ganar era lo más importante. El tiempo donde alguna vez fuimos tocados por la diosa del fútbol, y por un instante fuimos Pelé, Maradona, Zico, driblando a todo el equipo contrario y pasando la pelota en medio de dos piedras al grito de: “¡Gooooooooooooool de Maradona!” . La inocencia, la pureza de su sonrisa, y ocupando un sitio preponderante, la humildad que caracterizan al carioca, llenan de tranquilidad y de júbilo. Ronaldinho, me hace saber que el balompié de principios del siglo está en buenas manos. Paradojas del mundo actual.
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