Espero que N. perdone la invasión a la privacidad entrambos, pero luego de releer esto, incluso a mi me gustó. Vaya un fragmento de una carta (virtual) que le acabo de enviar. El contexto es el partido entre el Querétaro y el América.
"Adorable y adorada N.,
"Adorable y adorada N.,
Que alegría ir hoy a la cancha, al rectángulo verde. Al Estadio. En Inglaterra llaman al campo del Manchester United, al igual que una obra de Shakespeare, Theatre of dreams. Hoy, algo en mi recuperará la infancia. Se que no viviremos lo mismo, que nuestras experiencias infantiles son radicalmente distintas; sin embargo, espero pases un rato amable.
Entre muchos de nuestros conocidos, el fútbol es una ordinariez, 22 estúpidos corriendo detrás de una pelota, siendo observados por otros 40 mil estúpidos en el estadio, y millones de estúpidos más a través de las pantallas de la TV. Escuchar eso, me duele.
Me duele porque el fútbol no es eso para mi. Tiene una especial relación con mi vida. Junto con los libros, fue uno de mis primeros amores. Antes que las mujeres. Antes que el ajedrez; antes que ser de izquierda o izquierdas. El fútbol vivía conmigo en la infancia, cuando todo, o casi todo, era felicidad. En casa siempre hubo carencias económicas; mis papás no pudieron comprarme el equipo para jugarlo: no tuve playera deportiva, short, zapatos, espinilleras; ni un balón o una portería de verdad. Sin embargo, pocas veces en mi niñez, faltó una vieja pelota color terracota, que desinflada servía mejor. Sin embargo, cuando esto también faltó, un suéter viejo hecho bola, una bolsa de plástico llena de papeles, hicieron una pelota, algo que la representaba. Dos piedras por porterías y la imaginación, suplieron cualquier carencia. Una pena que mi adultez haya traído consigo, entre otras cosas, mi incapacidad para identificar los prodigios; hoy veo el departamento, y veo exactamente eso: un departamento. Con mis ojos de niño, quizás vería un castillo de Las Mil y una noche.
A veces, cuando estoy triste o deprimido, mi imaginación me lleva al Camp Nou(Barcelona), al Santiago Bernabeu (Real Madrid), a La Bombonera en Buenos Aires y me imagino ser un número 10 (el talento, el cerebro de un equipo) como Zidane, como Cruyff, como Maradona. Me imagino recibiendo una pelota, driblando rivales. Imagino ser (Valdano) "un mago que hacía cantar a la pelota".
Nunca fui muy bueno como futbolista, siempre amateur; sin embargo, hubo encuentros en que fui un jugador de excepción. En esos fugaces instantes, algo o alguien se apoderó de mi; presté mi cuerpo y fui un instrumento de la magia. The magic wand that cast a spell.
Leo esto, que aperace hoy en El País Semanal y me acuerdo de ti, de mi, de nosotros. Hablan de Pep Guardiola, el catalán que entrena al Barcelona FC: "Nadie valoró el hecho fundamental de que Guardiola es hijo de un paleta (albañil, en catalán). Su padre, Valentí, representa para él un ejemplo de integridad y esfuerzo. La familia en la que ha crecido, en el pueblo de Santpedor, le ha inculcado valores antiguos, de cuando los padres no tenían ni dinero ni propiedades que transmitirles a los hijos, sino solo principios y dignidad. "
Para bien y para mal, así somos. Creo que está en nuestras raíces, ¿será que queremos cambiar? Hablo por mi, por ser quien más tengo a la mano, y afirmo categórico: así me prefiero, con los valores de la infancia.
Guardiola es un caso atípico de futbolista, de entrenador. En este mundo donde todo tiene que ser exitoso, él, es exitoso a pesar de todo. X si te interesa, ahí está:
Gracias N., por compartir conmigo, la alegría. No solo del fútbol, sino en un sentido más ámplio.
Con todo mi cariño,
Comentarios
No soy tan apasionado del futbol, pero debo admitir que mi infancia también pendía de los exágonos mal hechos de las pelotas deformes con las que jugaba en mi infancia.
Sólo se necesitaban 4 piedras y hasta con engrudo y periódico elaborabamos el mejor balon del mundo. Un día, en el glorioso campo de la calle Circunvalación, donde ahora solo van los enfermos a enfermarse más, ahí dejé rodillas, codos, mejillas y lágrimas. Detuve, no un balón, sino una roca que al rodar en el fango duplicó su tamaño y su poder, pero la historia me puso ahi para detenerla y ser también, por segundos, instrumento de la magía. La gloria me acarició.
Pero si debo escoger un momento de mi vida en el la dicha me invadió y me hizo por un breve instante el hombre más feliz, fue cuando despues de driblar -que no era lo mio- a dos contrarios, uno eras tu Sergio, le anoté un gol al increible e invatible Sacramento Acosta. Seguramente, a 9 años a la velocidad del sonido, mi celebración ya le dio 3 mil vueltas a la Tierra pues mi alegría fue tan grande que aun la siento en mi garganta y en mi piel.
Sí, que viva el Futbol!
Jaime Silva