El clásico español, fue una reedición del pez grande que se traga al chico. En boxeo, bien pudo ser un peso completo enfrentando un peso mosca. En ajedrez, un Gran maestro, enfrentando un jugador de primera categoría.
Por una vez en la vida, no importó lo que nos dijeron los comentaristas: este es un partido distinto, se olvida cómo van los equipos, se juega a muerte. El Madrid dejó de lado a su su rival. Johan Cruyff, en su libro “Me gusta el fútbol”, comenta que el portero nunca podrá ser el mejor jugador del partido, pues cuando esto ocurre, se debe a que toda la línea baja (donde tiene un sitio de honor) es un fracaso absoluto. Verbigracia, la gran actuación de Casillas, evitó una goleada de escándalo en la Casa Blanca.
Extraño, ver la alineación del Madrid y no descubrir, en la pradera derecha, la camisa número siete, de Luis Figo. Raro, no ver en el banquillo, a Santiago Solari. Desde el inicio, el Barcelona llegó para llevarse los tres puntos; lejos de eso, el Madrid salió temeroso, indeciso, a conservar el resultado. Luxemburgo olvidó una regla básica de los deportes: la mejor forma de perder, es jugar al empate. Seis minutos después, gran jugada de Messi, combinada con un acierto de la suerte, y Samuel Eto’o, definió como los grandes: gol. Los enterados de la fiesta brava, saben cual es el efecto del segundo tercio: la entrada del picador, las banderillas, sangran al toro, para hacer surgir la agresividad innata del burel. El gol de Eto’o, venía a hacer las veces de este tercio. Sin embargo, para nuestra desfortuna, no había elementos para contestar: Figo y Solari, en Milán. Zidane, el mago del Madrid, recuperándose de una lesión. Ronaldo, la otrora apisonadora con motor de Ferrari, también volvía del hospital. Robinho, sinónimo de juventud, es un dios muy menor para cumplir funciones de Atlas del Madrid. ¡Que lejos está del Raúl que destronó de su sitio a Emilio Butragueño! De los que restan, Beckham luciría mejor en una pasarela. Roberto Carlos cumplidor, y Raúl, toda entrega pero en un juego que se destaca por los valores colectivos, es muy difícil progresar cuando no hay a quien darle la pelota. Las estadísticas, son impresionantes. El Barcelona, hoy, jugó contra un equipo de medio pelo. Cada llegada del Barca, anticipaba la sensación de peligro. Cada llegada del Madrid, terminó en la línea de cuatro del equipo culé, a la orilla del área grande. Tan grande fue la superioridad del Barcelona, que Víctor Valdéz bien pudo ver el partido desde el palco junto con Laporta, y el resultado hubiese sido el mismo.
Algo extraño está ocurriendo en el fútbol: este es el segundo partido, jugado al máximo nivel (El otro fue Boca-Internacional de Porto Alegre), donde la línea media no existe: el Barcelona no tuvo hoy, medio campo. Se volvió un lugar de paso, en lugar de ser el espacio de una lucha sorda, trabada. De algún sitio, aparecía un balón que era tomado por Messi, Eto’o o Ronaldinho, el poderoso tridente que destazó la defensa merengue. Nunca apareció la modificación blanca, aunque habrá que perdonar a Luxemburgo. ¿Cómo frenar a jugadores tan rápidos, que por añadidura, poseen el don de la ubicuidad? Inexplicables los cambios, más dictados por Adidas que por el interés en lo ocurrido en el campo. En mi mente aparece la pregunta, ¿Por qué mantener a Zidane y a Ronaldo?
Ronaldinho, el nuevo rey del fútbol, el mago de los pies alados. El médico del Real, deberá enviarle la factura después de los masajes reflexológicos en la cadera, de toda la zaga madridista. Ronaldinho, que en portugues quiere decir “ferrocarriles nacionales du Brazil”, marcó esta vez dos soberbios goles, uno copia del otro y viceversa, que vivirán en la retina del espectador por largo tiempo. ¿Cuál la formula para detener un bólido que corría por la banda izquierda? Si alguien la sabe, envíela de inmediato a Luxemburgo. Quedarán para el recuerdo, los aplausos a Ronaldinho, luego del segunto tanto. Sonará a cliché, pero el reconocimiento sincero del contrario, del adversario, que no del enemigo, siempre hará de este un deporte y por añadidura, un mundo mejor.
Parafraseando el título clásico de la literatura Sanborns, ¿Quién se ha llevado el merengue? El merengue está en Barcelona, de fiesta. Bailando samba.
Comentarios
Le queda al pelo a Luxemburgo, al Buitre, a Sachi a Madrid entero.
Es triste, pero es verdad: algunas veces todo no es sufuciente.