Aunque soy un chairo irredento, conservo algunos vestigios de "fifí". Tengo un reloj Longines, dos plumas Montblanc, bebo whisky de una sola malta y tengo predileccion por fumar cigarros y tabaco de pipa.
Hoy gracias al maestro Enrique González, un caballero en toda la extensión de la palabra y a quien le debo mi vuelta al ajedrez de competencia, he vuelto a estar al pendiente de un juego de tenis. La final de Wimbledon entre Federer (mi favorito gracias a las influencias antes citadas) y Djokovic (a la postre, vencedor) por ESPN.
He vuelto a emocionarme, a preguntarme algunas cosas que no quiero saber (¿Por qué la secuencia 15-30-40?), a vivir un gran partido de tenis.
No recuerdo cómo me aficioné a ese deporte. En mi niñez, el dinero siempre escaseó y conocí la TV de colores hasta recién pasada la adolescencia. Sin embargo, recuerdo los duelos de Agassi y sus pelos alborotados. A Ivan Lendl y su inexpresivo rostro de máscara mortuoria con sus ojos de calavera. Al muro de Pete Sampras, y al frio Becker. También a Gabriela Sabatini, Steffi Graf y por obvias razones, a María Sharapova.
Alguna vez practiqué frontenis, pero mis rodillas y tobillos son más futboleros que del noble deporte blanco. Sin embargo, disfruto verlo. No he presenciado en mi vida un sólo juego en la cancha, pero luego de lo que presencie hoy, creo que es un nuevo objetivo de vida a cumplir.
Hoy he visto un verdadero juego de poder a poder. Dos gladiadores que no merecían perder el partido. Una rivalidad historica protagonizada por dos leyendas en número de títulos, pero también en su forma de interpretar el juego. Me ha sorprendido mucho el cariño, el amor que se le tiene a Federer, ¡el estadio a sus pies cada que ganaba un punto! Pero también la frialdad del serbio (sergio, serio) para levantarse del suelo (sobrevivio a dos match points en contra del artista Federer) y quien ahora sé, tuvo una infancia durísima: sobreviviente a los bombarderos "de paz" de la OTAN en Belgrado. Recuerdo a Anatoly Karpov, quien respondio a pregunta expresa de dónde le venía su fortaleza psicológica: "de mi infancia, que fue durísima".
El score final no puede ser más apretado. El segundo set fue un pase para Federer, aunque pude apreciar que era como un juego del gato y el ratón, ¡fue muy sencillo! Parecía como si dijera: a este le gano cuando quiera.
1 | 2 | 3 | 4 | 5 | |
Djokovic | 7 | 1 | 7 | 4 | 13 |
Federer | 6 | 6 | 6 | 6 | 12 |
Al final, ganó el que cometió el penúltimo error. Un desafío al borde del abismo, y que al margen de la técnica pura, venció el que tuvo la sangre fría para definir el encuentro.
Larga vida a partidos como el de hoy, que serán recordados por muchos años aunque Federer acaba de declarar que hay que olvidar este juego. Lo entiendo, como jugador de alto rendimiento que fui en otro tiempo, hoy la tristeza seguro lo abruma y no lo dejará en paz varios días o meses. Sin embargo, mañana será otro día y llegará el momento que esto será un recuerdo agradable.
Gracias por el juego.
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