Jorge Alcocer V.
07 Abr. 2015
REFORMA
¿Quién lo inició, o a partir de cuándo adquirió visos de verdad? No tengo la respuesta.
Me refiero a la creencia -mito- de que la elevada abstención beneficia de manera directa al PRI. El razonamiento es elemental, y por ello mismo no requiere de mayor evidencia por quienes lo sostienen: dado que el voto duro del partido tricolor es el de mayor peso relativo, una elevada abstención realza ese voto duro y otorga al PRI condiciones para obtener la victoria; incluso para alcanzar mayoría absoluta, por sí mismo, en la Cámara de Diputados (251 curules).
En 2009, cuando varios intelectuales promovieron el voto nulo, el mito se hizo presente; este año, ante el llamado de otros personajes para boicotear las elecciones en curso, ha vuelto a cobrar actualidad. Quienes están en contra del boicot esgrimen como principal argumento que el PRI será el beneficiario.
La evidencia no abona en favor del mito. Veamos algunas cifras.
En 1991, la última elección intermedia con triunfo contundente del PRI, la participación ciudadana en las urnas fue del 60.3%; en 1994, última elección con mayoría absoluta del PRI en la Cámara de Diputados, la participación fue del 75.3%, porcentaje que no ha vuelto a ser alcanzado.
De 1997 a 2012 ningún partido ha obtenido mayoría absoluta en la Cámara de Diputados; el porcentaje de participación ciudadana más reducido para el periodo se registró en 2003, con 42.3%, que en el otro lado de la moneda significó una abstención del 57.7%. El PRI no obtuvo mayoría absoluta.
En la elección presidencial del año 2000, la participación fue del 64%, y el PRI perdió la Presidencia de México. Hace tres años la participación fue del 62%, dos puntos menos que en 2000, y el PRI ganó la elección presidencial.
Es cierto que, como regla general, en elecciones intermedias votan menos ciudadanos que en las presidenciales, pero no existe registro (1991-2012) de participación nacional menor al 40% en tales elecciones.
En conclusión: la evidencia empírica nos dice que el PRI ha ganado, y perdido, en elecciones federales, presidenciales e intermedias, con alta participación ciudadana en las urnas; en cambio, no tenemos evidencia que muestre al PRI ganando elecciones federales con alta abstención. En primer lugar, porque de 1997 a 2012, sin importar el nivel de participación/abstención, ningún partido ha obtenido, por sí mismo, mayoría absoluta en la Cámara de Diputados; y en segundo lugar, porque no hemos tenido participación nacional por abajo del 40 por ciento. Los datos de comicios locales abonan en el mismo sentido.
El argumento de que el boicot debe ser rechazado porque beneficiará al PRI es un mal argumento. Por las evidencias y porque supone que quienes atiendan el llamado al boicot, de ir a votar, lo harían por partidos diferentes al PRI. Lo segundo es igual a suponer que quienes no declaran intención de voto a los encuestadores votarán por la oposición. Ambos supuestos son un mito, y como tal deben ser tratados.
Como apunté al inicio, un mito deriva de otro: el llamado voto duro.
El peor resultado para el PRI en una elección federal ocurrió en 2006, cuando la participación del electorado fue del 58.5%, la más baja después de 1994. Mi querida y recordada amiga María de las Heras sostenía que Roberto Madrazo (PRI) tendría una votación de, al menos, un 30%, debido al voto duro de su partido. En un debate pregunté a María: ¿Qué tan duro es el voto duro del PRI?; me respondió que el cálculo era producto de su propia metodología. El PRI, aliado con el PVEM, obtuvo el 22% de la votación nacional y se ubicó en tercer lugar.
Sin duda que tenemos segmentos del electorado que pueden ser calificados como de voto duro, que obedece a razones diversas, que van del clientelismo a la lealtad partidista. Pero la evidencia da cuenta de un cambio fundamental: que la mayoría del electorado ejerce su voto en libertad, y que esa mayoría, uno a uno, no ha escriturado ni vendido su voto a ningún partido.
Más allá de los mitos, ir a votar es un derecho y una obligación.
Me refiero a la creencia -mito- de que la elevada abstención beneficia de manera directa al PRI. El razonamiento es elemental, y por ello mismo no requiere de mayor evidencia por quienes lo sostienen: dado que el voto duro del partido tricolor es el de mayor peso relativo, una elevada abstención realza ese voto duro y otorga al PRI condiciones para obtener la victoria; incluso para alcanzar mayoría absoluta, por sí mismo, en la Cámara de Diputados (251 curules).
En 2009, cuando varios intelectuales promovieron el voto nulo, el mito se hizo presente; este año, ante el llamado de otros personajes para boicotear las elecciones en curso, ha vuelto a cobrar actualidad. Quienes están en contra del boicot esgrimen como principal argumento que el PRI será el beneficiario.
La evidencia no abona en favor del mito. Veamos algunas cifras.
En 1991, la última elección intermedia con triunfo contundente del PRI, la participación ciudadana en las urnas fue del 60.3%; en 1994, última elección con mayoría absoluta del PRI en la Cámara de Diputados, la participación fue del 75.3%, porcentaje que no ha vuelto a ser alcanzado.
De 1997 a 2012 ningún partido ha obtenido mayoría absoluta en la Cámara de Diputados; el porcentaje de participación ciudadana más reducido para el periodo se registró en 2003, con 42.3%, que en el otro lado de la moneda significó una abstención del 57.7%. El PRI no obtuvo mayoría absoluta.
En la elección presidencial del año 2000, la participación fue del 64%, y el PRI perdió la Presidencia de México. Hace tres años la participación fue del 62%, dos puntos menos que en 2000, y el PRI ganó la elección presidencial.
Es cierto que, como regla general, en elecciones intermedias votan menos ciudadanos que en las presidenciales, pero no existe registro (1991-2012) de participación nacional menor al 40% en tales elecciones.
En conclusión: la evidencia empírica nos dice que el PRI ha ganado, y perdido, en elecciones federales, presidenciales e intermedias, con alta participación ciudadana en las urnas; en cambio, no tenemos evidencia que muestre al PRI ganando elecciones federales con alta abstención. En primer lugar, porque de 1997 a 2012, sin importar el nivel de participación/abstención, ningún partido ha obtenido, por sí mismo, mayoría absoluta en la Cámara de Diputados; y en segundo lugar, porque no hemos tenido participación nacional por abajo del 40 por ciento. Los datos de comicios locales abonan en el mismo sentido.
El argumento de que el boicot debe ser rechazado porque beneficiará al PRI es un mal argumento. Por las evidencias y porque supone que quienes atiendan el llamado al boicot, de ir a votar, lo harían por partidos diferentes al PRI. Lo segundo es igual a suponer que quienes no declaran intención de voto a los encuestadores votarán por la oposición. Ambos supuestos son un mito, y como tal deben ser tratados.
Como apunté al inicio, un mito deriva de otro: el llamado voto duro.
El peor resultado para el PRI en una elección federal ocurrió en 2006, cuando la participación del electorado fue del 58.5%, la más baja después de 1994. Mi querida y recordada amiga María de las Heras sostenía que Roberto Madrazo (PRI) tendría una votación de, al menos, un 30%, debido al voto duro de su partido. En un debate pregunté a María: ¿Qué tan duro es el voto duro del PRI?; me respondió que el cálculo era producto de su propia metodología. El PRI, aliado con el PVEM, obtuvo el 22% de la votación nacional y se ubicó en tercer lugar.
Sin duda que tenemos segmentos del electorado que pueden ser calificados como de voto duro, que obedece a razones diversas, que van del clientelismo a la lealtad partidista. Pero la evidencia da cuenta de un cambio fundamental: que la mayoría del electorado ejerce su voto en libertad, y que esa mayoría, uno a uno, no ha escriturado ni vendido su voto a ningún partido.
Más allá de los mitos, ir a votar es un derecho y una obligación.
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