Jesús Silva-Herzog Márquez Reforma 24 Nov. 2014 "Hoy quiero decirles que le he pedido a mi esposa que sea ella personalmente, siendo una propiedad de ella, quien esclarezca o quien aclare ante la sociedad mexicana y ante la opinión pública, cómo se hizo de esa propiedad y cómo fue que la construyó". Esa fue la respuesta del Presidente. Repetir que él no tiene nada que ver con el problema de su cónyuge. Desentenderse y entregar a su esposa al coliseo. Los leones de la opinión pública, previsiblemente, la destazaron. Su marido la puso en el matadero y ella caminó, con las únicas herramientas con las que contaba, a su tortura. La hicieron pedazos. El Presidente, un día después, le dio las gracias. Autorretrato de un hombre en tiempos de urgencia nacional. Inmolar a su esposa para salvar el cuello. El problema nunca fue el patrimonio de la exitosa actriz de televisión. La envidia, pasión democrática, decía Tocqueville, estará presente por supuesto. Pero la ofensa de la ca...