Lo trae hoy Reforma. No agrego más.
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Enemigo íntimo
Juan Villoro
15 Abr. 11
En ocasiones es más difícil darle la vuelta a una frase que dar la vuelta triunfal en un estadio. En 2010 el Inter de Milán comandado por José Mourinho enfrentó al Barcelona de Pep Guardiola en la semifinal de la Champions. Experto en tensar el ambiente, el entrenador portugués dijo: "Para ellos ganar es una obsesión; para nosotros es un sueño".
El Barcelona venía de obtener seis títulos en otras tantas competencias. Su ilusión de llegar a la meta no podía ser tan grande porque ya estaba ahí. ¿Cómo se renuevan las expectativas cuando se conquista todo? Mourinho entendió bien la dimensión psicológica del juego: los que no habían conquistado nada tenían más argumentos para desear el triunfo.
El futbol es una extraña manera de aspirar a lo imposible. En 2002 el Mundial comenzó con un partido entre el campeón en turno, Francia, y un desafiante incierto, Senegal. ¿Cuál era el estímulo de los africanos? Que su triunfo parecía inalcanzable. Por eso lo obtuvieron.
Mourinho basó su estrategia con el Inter en la capacidad de soñar. Sus jugadores dejaron la piel en el campo, superaron al Barcelona y conquistaron la Champions ante el Bayern. Sin la motivación del furibundo Mou, el equipo italiano no volvió a ser el mismo.
Desde su llegada a la Casa Blanca del futbol, el portugués logró dos resultados sorprendentes: mejorar al Real Madrid y al Barcelona.
Es más difícil digerir trofeos que digerir turrones. El club blaugrana corría el riesgo de empacharse de éxitos. Mou le sirvió de espléndido bicarbonato. Sus bravatas han sido tan variadas como medicinales: se quejó de la calidad del césped, acusó al Sporting de alinear reservas ante el Barça, descubrió que el corazón de algunos árbitros latía con pulso catalán y encontró que el calendario de partidos perjudicaba a los merengues. En su novela Vértigo, Sebald habla del "delirio de relación", malestar que consiste hallar extrañas conexiones entre todas las cosas. Ignoramos la vida privada del ciudadano Mourinho. En público, su estado mental manifiesta un convincente "delirio de relación". Tal vez se trate de una estrategia para que los periodistas debutemos como psiquiatras y dejemos en paz a los jugadores. Lo cierto es que esa conducta ha tenido paradójicos efectos secundarios. El Sporting se sintió tan agraviado que se convirtió en el primer equipo en nueve años en derrotar como local a una escuadra de Mourinho. Por su parte, el Barcelona dio su mejor partido en décadas y derrotó al Madrid con un 5-0 de corte legendario, un partido de la quinta dimensión donde los visitantes demostraron por qué usan uniforme de fantasmas.
La disparidad económica ha convertido a la liga española en un hipódromo sin sorpresas donde sólo corren dos purasangres. Mourinho acrecentó el interés de un campeonato bipolar, contrastando dos concepciones de atarse los zapatos, es decir, dos maneras de ver el mundo: la demoledora eficacia del Real Madrid contra la complicada belleza del Barcelona.
Las infecciones crean anticuerpos. Ante la amenaza de Mourinho, el Barça reaccionó con una sobredosis de sí mismo, a tal grado, que no sólo se hace cargo de ganar, sino de poner en riesgo sus victorias. En el partido de ida contra el Arsenal, el equipo blaugrana falló infinidad de goles sencillos en busca del más barroco de la historia. Perdió por esteticismo. En el partido de vuelta, el Arsenal no disparó una sola vez a puerta, pero el Barcelona hizo interesante el partido porque tuvo la cortesía de meterse un autogol. Esos encuentros presentaron un nuevo derby: F. C. Barcelona versus Barça. Enamorado del riesgo, el club catalán se perjudica si el guión lo exige.
Los aficionados nos quejamos de que lo único interesante de la liga española es el Barça-Madrid. Para poner a prueba nuestra insatisfacción, la diosa Fortuna se volvió obsesivo compulsiva y preparó sobredosis de lo único: cinco clásicos.
Muerto el pulpo Paul, la numerología ha recuperado prestigio profético. El primer derby terminó 5-0, señal de que se disputarían cinco partidos. ¿El abultado marcador señala que la suerte está de parte del Barça o que ya agotó su fortuna?
El futuro será exagerado o no será. Podemos ver la confrontación como un solo partido en cinco episodios donde se disputan tres títulos. El resultado puede alterar famas y reputaciones. ¿El antiguo victimismo barcelonista será relevado por un nuevo tremendismo madridista? Acaso el invencible Mourinho sea fiel a su equipo de la manera más amarga: yéndose en blanco. Después de la derrota en el Camp Nou, declaró que se trataba de una caída "fácil de digerir" por ser incuestionable. Para el siguiente juego hizo un planteamiento precavido: "lo único importante era ganar". No podía darse el lujo de iniciar una mala racha. El triunfo era una nerviosa obligación.
Un año después de la semifinal ante el Inter, el Barça ha recuperado el derecho a ilusionarse.
Enemigo íntimo, Mourinho motivó al rival y ahora paladea el sabor de sus palabras: la obsesión y el sueño han cambiado de destino.
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Enemigo íntimo
Juan Villoro
15 Abr. 11
En ocasiones es más difícil darle la vuelta a una frase que dar la vuelta triunfal en un estadio. En 2010 el Inter de Milán comandado por José Mourinho enfrentó al Barcelona de Pep Guardiola en la semifinal de la Champions. Experto en tensar el ambiente, el entrenador portugués dijo: "Para ellos ganar es una obsesión; para nosotros es un sueño".
El Barcelona venía de obtener seis títulos en otras tantas competencias. Su ilusión de llegar a la meta no podía ser tan grande porque ya estaba ahí. ¿Cómo se renuevan las expectativas cuando se conquista todo? Mourinho entendió bien la dimensión psicológica del juego: los que no habían conquistado nada tenían más argumentos para desear el triunfo.
El futbol es una extraña manera de aspirar a lo imposible. En 2002 el Mundial comenzó con un partido entre el campeón en turno, Francia, y un desafiante incierto, Senegal. ¿Cuál era el estímulo de los africanos? Que su triunfo parecía inalcanzable. Por eso lo obtuvieron.
Mourinho basó su estrategia con el Inter en la capacidad de soñar. Sus jugadores dejaron la piel en el campo, superaron al Barcelona y conquistaron la Champions ante el Bayern. Sin la motivación del furibundo Mou, el equipo italiano no volvió a ser el mismo.
Desde su llegada a la Casa Blanca del futbol, el portugués logró dos resultados sorprendentes: mejorar al Real Madrid y al Barcelona.
Es más difícil digerir trofeos que digerir turrones. El club blaugrana corría el riesgo de empacharse de éxitos. Mou le sirvió de espléndido bicarbonato. Sus bravatas han sido tan variadas como medicinales: se quejó de la calidad del césped, acusó al Sporting de alinear reservas ante el Barça, descubrió que el corazón de algunos árbitros latía con pulso catalán y encontró que el calendario de partidos perjudicaba a los merengues. En su novela Vértigo, Sebald habla del "delirio de relación", malestar que consiste hallar extrañas conexiones entre todas las cosas. Ignoramos la vida privada del ciudadano Mourinho. En público, su estado mental manifiesta un convincente "delirio de relación". Tal vez se trate de una estrategia para que los periodistas debutemos como psiquiatras y dejemos en paz a los jugadores. Lo cierto es que esa conducta ha tenido paradójicos efectos secundarios. El Sporting se sintió tan agraviado que se convirtió en el primer equipo en nueve años en derrotar como local a una escuadra de Mourinho. Por su parte, el Barcelona dio su mejor partido en décadas y derrotó al Madrid con un 5-0 de corte legendario, un partido de la quinta dimensión donde los visitantes demostraron por qué usan uniforme de fantasmas.
La disparidad económica ha convertido a la liga española en un hipódromo sin sorpresas donde sólo corren dos purasangres. Mourinho acrecentó el interés de un campeonato bipolar, contrastando dos concepciones de atarse los zapatos, es decir, dos maneras de ver el mundo: la demoledora eficacia del Real Madrid contra la complicada belleza del Barcelona.
Las infecciones crean anticuerpos. Ante la amenaza de Mourinho, el Barça reaccionó con una sobredosis de sí mismo, a tal grado, que no sólo se hace cargo de ganar, sino de poner en riesgo sus victorias. En el partido de ida contra el Arsenal, el equipo blaugrana falló infinidad de goles sencillos en busca del más barroco de la historia. Perdió por esteticismo. En el partido de vuelta, el Arsenal no disparó una sola vez a puerta, pero el Barcelona hizo interesante el partido porque tuvo la cortesía de meterse un autogol. Esos encuentros presentaron un nuevo derby: F. C. Barcelona versus Barça. Enamorado del riesgo, el club catalán se perjudica si el guión lo exige.
Los aficionados nos quejamos de que lo único interesante de la liga española es el Barça-Madrid. Para poner a prueba nuestra insatisfacción, la diosa Fortuna se volvió obsesivo compulsiva y preparó sobredosis de lo único: cinco clásicos.
Muerto el pulpo Paul, la numerología ha recuperado prestigio profético. El primer derby terminó 5-0, señal de que se disputarían cinco partidos. ¿El abultado marcador señala que la suerte está de parte del Barça o que ya agotó su fortuna?
El futuro será exagerado o no será. Podemos ver la confrontación como un solo partido en cinco episodios donde se disputan tres títulos. El resultado puede alterar famas y reputaciones. ¿El antiguo victimismo barcelonista será relevado por un nuevo tremendismo madridista? Acaso el invencible Mourinho sea fiel a su equipo de la manera más amarga: yéndose en blanco. Después de la derrota en el Camp Nou, declaró que se trataba de una caída "fácil de digerir" por ser incuestionable. Para el siguiente juego hizo un planteamiento precavido: "lo único importante era ganar". No podía darse el lujo de iniciar una mala racha. El triunfo era una nerviosa obligación.
Un año después de la semifinal ante el Inter, el Barça ha recuperado el derecho a ilusionarse.
Enemigo íntimo, Mourinho motivó al rival y ahora paladea el sabor de sus palabras: la obsesión y el sueño han cambiado de destino.
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