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Represión y consenso

Represión y consenso
Acentos
Epigmenio Carlos Ibarra
2009-10-16•Acentos

Hace rato que para los regímenes autoritarios es más importante el consenso que la represión. Fueron Hitler y Goebbels quienes dieron la pauta. Contra lo que se cree, en la Alemania nazi la propaganda tenía más peso, al menos entre la población nativa, que el terror y la represión.

Ciertamente, en un primer momento y como lo establece entre otros autores Robert Gelatelly, Adolf Hitler desató una feroz persecución contra sus opositores comunistas y socialdemócratas. Muchas mujeres y hombres fueron asesinados y decenas de miles terminaron en campos de concentración. El arma más eficaz para destruirlos definitivamente fue, sin embargo, la propaganda.

Pulsando adecuadamente los miedos de la población y reanimando el primitivo sentimiento antisemita y conservador característico del alemán medio, Goebbels logró que millones de personas dieran un salto ideológico radical y se convirtieran, en los hechos, en colaboradores eficaces de la Gestapo y en guardianes del régimen.

Pioneros en la aplicación de encuestas semanales, los nazis medían rigurosamente los efectos de su política represiva contra la oposición, de sus frecuentes y violentas acciones antijudías y de medidas con tremendo potencial antipopular como la eutanasia.

Con los resultados de estos estudios en la mano realizaban campañas propagandísticas, emisiones radiales e incluso películas para modificar las opiniones y la conducta de aquellos que aparecían como objetores de conciencia o de los que, simplemente, manifestaban algún tipo de reserva ante estas acciones del régimen.

La consolidación del III Reich, dependía, según sus ideólogos, de que este gozara de un amplio, rotundo e in disputado consenso entre la población. Aunque los nazis perdieron la guerra no perdieron, ciertamente, esa batalla interna. Sólo eso explica cómo más de 80 millones de personas mataron y murieron con tal frenesí.

No hubo casi ningún alemán ajeno al holocausto o a las masacres. Todo mundo lo sabía todo; por cartas, por diarios, por rumores, por la prensa o por estar involucrado en esa gigantesca maquinaria de muerte. Aun en sus aventuras más criminales, el régimen logró construir una enorme y compleja red de complicidades.

Muy lejos están, por supuesto y no es mi propósito compararlos, los regímenes autoritarios mexicanos del régimen nazi. No tanto, sin embargo, en tanto que autoritarios y antidemocráticos, de algunos de sus métodos más eficaces. Por ejemplo, el de la gradual sustitución de la represión como herramienta de control por otros instrumentos, como la corrupción o la propaganda, igualmente eficientes si de construir consensos se trata.

El PRI compraba conciencias, construía clientelas, era la corrupción, además del garrote que nunca dejó de usar del todo, su instrumento esencial de gobierno.

Nacido de un proceso democrático al que traicionó, el gobierno de Vicente Fox mostró muy pronto su rostro autoritario y además de caer en la corrupción desató una brutal ofensiva propagandística para adormecer conciencias y garantizar la permanencia de su partido en el poder.

En la misma línea, Felipe Calderón, cuyo rostro autoritario asoma cada día con cada mayor nitidez, apuesta también a la misma receta.

Los maestros del “haiga sido como haiga sido” pulsan irresponsablemente, poniendo en riesgo la paz, los miedos de la población, alientan al México bárbaro e incentivan la polarización política. Quien protesta, quien se opone al régimen, es caracterizado de inmediato como un fanático, como un loco, como un “peligro para México”.

Un creciente y apabullante consenso conservador domina las páginas de los diarios, el cuadrante radial, la pantalla de la televisión y campea un clima de linchamiento mediático.

En un cínico ejercicio de doble y cara y doble moral se condena al SME mientras se mantiene una oscura e indigna relación con personajes como Elba Esther Gordillo.

Dice Ciro Gómez Leyva que las encuestas demuestran el apoyo popular a la liquidación de Luz y Fueza. ¿Y cómo habría de ser de otra manera estando la población sometida a tan inclemente bombardeo propagandístico?

Anduve este jueves en la marcha; la caminé como he caminado tantas otras sólo que, esta vez, sin la cámara al hombro. Viví esa marea enorme y encrespada. Unos dirán, ateniéndose a las encuestas, que no fue nada. Un episodio más, el estertor final. ¿Quién sabe?

Lo cierto es que lo que la izquierda no había logrado en años lo consiguió Calderón: los jóvenes salieron de nuevo a la calle; alegres y encabronados. ¿Será que son inmunes a la propaganda? No lo sé. Eso espero.

http://elcancerberodeulises.blogspot.com

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