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¡¡Por fin!!

Por fin, un tipo que habla de frente y sin ambajes. Carlos Elizondo Mayer, escribe en Reformacn claridad: Pemex no sirve, y hay que privatizarlo. ¿Para qué lidiar con seres insensatos como los mexicanos? El gobierno perdería el tiempo tratando de meter en cintura a los sindicatos, así que mejor lo vamos mermando hasta que, muerto el perro, se acaba la rabia. Empleos de Outsourcing de tres meses autorenovables, transferencia de impuestos a otros países, esa es otra historia. Eso ya lo describió Galeano en las venas abiertas de América Latina, y es algo inevitable.

Czerjyo.

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Negar el mercado

Carlos Elizondo Mayer-Serra
27 Jun. 08

No cedamos el negocio de la refinación a los privados, argumentan los opositores de la reforma. La posición es falsa y absurda. Falsa porque la reforma apenas llega a proponer un restrictivo esquema de maquila. Es absurda por varias razones.

La primera porque Pemex pierde en sus refinerías en México. Las pérdidas no son triviales, 45 mil millones de pesos el año pasado, más del doble del presupuesto de la UNAM. Más refinerías de Pemex en México implicarían más pérdidas. Menudo negocio para el país. Sin embargo, sí hay ganadores, de ahí la resistencia al cambio. Ganan los contratistas cuando cobran más y se tardan más por los muchos y muy caros trabajos de mejoramiento que han tenido muchas de nuestras refinerías. Ganan, en ocasiones, quienes asignan estos contratos. Ganan los trabajadores sindicalizados con sueldos mayores al promedio de otros empleados en México con calificación similar, baja productividad en general y generosas pensiones. Gana la clase política local, conformada en buena medida por los líderes sindicales.

Se puede decir que es cuestión de hacer productivas nuestras refinerías. Tristemente no es cuestión de voluntad. Con las reglas con las que operan nunca van a serlo. Por eso nunca lo han sido y por eso en el pasado, antes de la llegada del PAN a la Presidencia, se optó por asociarse con Shell en Texas, como mal menor.

Sin cierta competencia tendremos lo que tenemos. Dejemos al mercado operar. No es tan complicado. Esto no significa que las empresas públicas no puedan ser competitivas. Lo son en Chile y Brasil, por citar dos países, pero son administradas como empresas y se les somete a cierta competencia de mercado. Sin competencia, con el subsidio siempre disponible, las empresas del gobierno serán un desastre, como lo han sido todas las inversiones industriales importantes que ha hecho el gobierno mexicano en su historia. Vaya: ni edificios, bibliotecas, ni segundos pisos de calidad es capaz de construir nuestro gobierno, no importa de qué partido.

Tampoco somos suicidas. Hemos dejado que el mercado opere, pero más allá de nuestras sagradas fronteras. Si no hay suficiente refinación en México, compramos combustibles en el extranjero. Así la inversión y el empleo se han ido fuera. No dejaríamos de importar combustibles aun si Pemex invirtiera con éxito en dos refinerías adicionales, lo cual es un negocio absurdo para una empresa con tantos problemas de gestión y con tantas áreas potencialmente mucho más rentables. No conozco país que siga esta absurda lógica.

El argumento contra el mercado en el sector es absurdo aun si Pemex no perdiera dinero. La refinación es un proceso industrial más, así como dejamos que los privados ganen en siderurgia o donde puedan, pues es la forma de generar riqueza para la sociedad en su conjunto, ¿por qué no permitirles que ganen en refinación? Si somos consistentes con la perversa lógica antimercado de prohibir inversión privada en las refinerías, deberíamos nacionalizar todo aquello en lo que ganan los privados.

La planificación centralizada fracasó en todos los lugares del mundo. Puede funcionar en el arranque, pero rápidamente se generan aparatos brutalmente ineficientes. Todas las economías que han tenido éxito han requerido de competencia y mercados. La empresa gubernamental sólo se utiliza en casos excepcionales y haciendo todo lo posible por estimular cierta competencia.

Los beneficios que generan los mercados se destruyen de muchas formas. Una momia carísima que hemos resucitado son los subsidios generalizados y controles de precios. El más evidente, el de la gasolina y diesel. Si un precio sube, los actores ajustan su comportamiento a ese nuevo precio. Es doloroso en el corto plazo, pero mejor en el largo. Al subsidiar la gasolina y el diesel no sólo gastaremos 200 mil millones de pesos este año, 2 por ciento del PIB subsidiando también al automovilista de Estados Unidos que cruza la frontera para cargar su tanque, sino que desperdiciamos el combustible. En Estados Unidos la venta de autos de alto consumo se ha desplomado, acá sigue creciendo. Debemos ayudar a los más pobres a enfrentar este incremento de precios, pero démosles el dinero a ellos y que decidan ellos cómo lo quieren gastar.

En nuestro país el mercado tiene mala fama por varias razones. La más importante, la débil regulación gubernamental sobre los actores dominantes en los mercados privados y los frágiles derechos del consumidor. En lugar de andar controlando precios se debería utilizar esa energía gubernamental para hacer más competitivos nuestros mercados, y más transparentes los costos de los bienes y servicios que proveen las empresas del gobierno. Pero esto cuesta políticamente y es latoso, implica operar mejor. Es siempre más fácil fijar un precio y no tocar ni con el pétalo de una rosa los monopolios públicos y sus sindicatos.

En todos los ámbitos parece dominar la idea de que los mercados son peligrosos. Desde el mercado de las ideas políticas, ahora fuertemente regulado por el IFE, hasta el de las gasolinas. Es una particularidad muy mexicana, pero luego no nos sorprenda que nuestro desempeño sea peor frente a aquellos países que tienen amplios y sólidos mercados.


Correo electrónico: elizondoms@yahoo.com.mx

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